En el siglo XV, las Islas Canarias se convirtieron en un importante centro de producción de azúcar tras la introducción de la caña de azúcar desde Madeira. Bajo el liderazgo del gobernador Pedro de Vera, se establecieron ingenios azucareros que impulsaron la economía local y fomentaron el comercio con Europa. Sin embargo, la rápida expansión de la industria también condujo a la deforestación y a problemas de producción. Aunque el azúcar canario fue muy valorado en su apogeo, a finales del siglo XVI, la competencia con otras regiones productoras provocó un declive en su relevancia, reduciendo el número de ingenios activos en las islas.