En medio de la Guerra de Independencia Española contra la invasión napoleónica, las Islas Canarias se vieron envueltas en el tumulto político de la época. Con el secuestro del rey Fernando VII por Napoleón y la imposición de José Bonaparte como rey, las islas se enfrentaron a la ambigua lealtad de sus autoridades. Mientras el Marqués de Casa Cajigal, comandante general en Tenerife, se enriquece y navega en aguas turbulentas de traición, una revuelta se gestó en Santa Cruz y otras islas. Finalmente, los representantes canarios se unieron a las Cortes de Cádiz en 1810, participando en la redacción de la Constitución liberal que transformaría el reino. Sin embargo, el retorno de Fernando VII en 1814 trajo consigo la restauración del absolutismo y la Inquisición, aplastando las esperanzas liberales con represión y desilusión.